Por Manuel D´Ocon (Fotogramas)
Después de asistir, día tras día, al juicio en streaming de Johnny Depp y Amber Heard el pasado verano, espectadores de todo el globo han seguido, escrutando al milímetro, la contienda judicial entre Gwyneth Paltrow y Terry Sanderson, durante las últimas semanas.
En un lapso menor a 12 meses, hemos presenciado, desde la cómoda protección de nuestro hogar, dos espectáculos de «telerrealidad» protagonizados por algunas de nuestras estrellas favoritas del paseo de la fama de Hollywood. ¿Estamos ante un nuevo fenómeno de masas audiovisual? ¿Son los juicios a celebrities el nuevo entretenimiento favorito del siglo XXI?

Para aquellos despistados que se hayan perdido este último resquicio de actualidad, daremos un breve contexto. [El de Depp vs Heard es prácticamente imposible que haya pasado desapercibido para nadie, ya se han llegado a producir hasta dos piezas audiovisuales recogiendo el drama…]
La ganadora del Óscar, Gwyneth Paltrow, ha sido llevada a juicio por el señor Terry Sanderson, un optometrista jubilado, por un accidente de esquí en el que ambos se vieron involucrados en 2016. Según Sanderson, la actriz le había arrollado en una pendiente y le había provocado graves contusiones y complicaciones médicas, por las que exigía una compensación de 300.000 dólares (originalmente había pedido 3 millones, pero esta cifra fue reduciéndose a medida que avanzaba el proceso).
Hasta aquí, todo correcto, ¿verdad? Los accidentes pasan, las personas se llevan a juicio, etc. Sin embargo, todo este asunto se ha convertido en el fenómeno mediático de las últimas semanas. Usuarios de Twitter, Instagram y TikTok, han estado siguiendo paso a paso la batalla legal y, evidentemente, no han perdido la oportunidad para crear infinidad de memes, chistes y contenido para sus seguidores.
Como ya ocurrió en 2021 con el conflicto entre la ex-pareja, la audiencia se ha visto completamente embelesada por este nuevo tipo de «telerrealidad», que ha arrasado a su paso.
Instigados por el voyerismo más absoluto, los espectadores puede sentirse (ahora más que nunca) jurado de las causas ajenas. Asisten al juicio y, por lo tanto, forman parte de él. Apoyan y defienden a sus actores y actrices preferidos; aniquilan a aquellos que les aborrecen. Como si de una serie de Netflix se tratase, se toma un fragmento de realidad y se consume en el tiempo de ocio. El actor vuelve a ser colocado en un rol protagonista, solo que en esta ocasión es su propia vida la que está siendo interpretada.
La audiencia se vuelca, empatiza, (¿enloquece?), genera un vínculo semejante al que ocurre con una película, y de ahí, surge el producto.
Se establecen así dos tipos de veredicto. El oficial: aquel que impone el magistrado al frente del conflicto; y el alternativo y visceral: el que genera la audiencia.
El asunto ya no forma parte de los tribunales, ahora es tarea del público juzgar y opinar. La realidad, prácticamente, se convierte en ficción.
Más de uno estará pensando que esto no es algo nuevo. Y en parte, es verdad. Estamos acostumbrados a ver reality shows en los que familias enteras se ponen delante de una cámara en su día a día. No obstante, hay una ligera diferencia. En el caso de este tipo de programas, suele existir una especie de guion. Hay un pacto. Lo que se hace frente a la cámara está previamente acordado.
En el caso de los juicios en streaming, el transcurso de los acontecimientos no puede medirse del mismo modo. El desarrollo del proceso judicial puede jugar a favor o en contra de la estrella. Una frase, transformada en meme. Una lágrima impostada, convertida en piedra lapidaria.
Ese morbo impulsa al público, el desconocimiento del desenlace le engancha firmemente.
La pregunta está ahí. No esperando a ser resuelta, pero sí buscando ser planteada.¿Estaremos presenciando el nacimiento de un nuevo subgénero del entretenimiento? ¿Accederán las cámaras y el streaming a los rincones más insospechados de la intimidad?