La empresa ha llegado al punto máximo de la burbuja de proyección
Nuevo día, nueva cancelación. Da la sensación de que uno no puede irse a dormir sin miedo a que, al despertar, su serie favorita haya sido secuestrada y fusilada al amparo de la oscuridad. Con innumerables plataformas de streaming entre las que elegir, cada día se estrenan nuevas series, lo que significa, naturalmente, que algunas morirán y pasarán, a duras penas, a la historia de la pequeña pantalla. Pero esta realidad televisiva brutal parece haber alcanzado últimamente un punto álgido, con Netflix cancelando producciones sin darles siquiera la oportunidad de brotar.

Esta misma semana, Netflix ha anunciado que Desparejado, la serie romántica protagonizada por Neil Patrick Harris, que se lanzó en 2022, ha sido cancelada tras una sola temporada. Ha sucedido justo después de la cancelación de 1899, una serie de ciencia ficción de época, con un gran cliffhanger en el final de la primera entrega, que a su vez ocurrió tras el sacrificio del drama fantástico La monja guerrera, suspendida prematuramente tras dos temporadas. En los últimos meses, también han cancelado El hijo bastardo y el mismísimo diablo, El club de medianoche, Blockbuster y Destino: La saga Winx, que, a excepción de esta ultima, solo han durado una temporada.

Sin embargo, la situación en Netflix resulta un tanto incierta, ya que con una mano empuña la tijera para recortar su catálogo y con la otra ondea la bandera del éxito. Justo cuando se encontraba dando tijeretazos, Miércoles, una de sus series de finales de 2022, rompía audiencias en su primera semana, Stranger Things acumulaba un nuevo récord de horas vistas y Harry y Meghan le permitía presumir de su producción de documentales. Obviamente, todo esto plantea un contexto antes señalado: a menos que sus series sean éxitos virales instantáneos, ya sean esperados o casuales, Netflix estará esperando en la sombra con el hacha preparada. Pero si examinamos lo que hay bajo la superficie, hallamos una realidad mucho más sombría, y es que Netflix no tiene fe en sus usuarios porque, para empezar, no sabe a quién se dirige.
Hubo un tiempo en que muchos vimos en Netflix el ángel de la guarda de la televisión de calidad. Orange is the New Black, una comedia de humor negro sobre la reforma penitenciaria, no pertenecía a ninguna prestigiosa cadena de cable, pero se convirtió en uno de los mayores éxitos de aquellos años. Algo similar sucedió con House of Cards, que fue un fenómeno cultural antes de verse empañada por la polémica, y también con Unbreakable Kimmy Schmidt, que llevó el absurdo al gran público. Durante sus primeros años de producción original, los espectadores acudían Netflix con la esperanza de encontrar series desafiantes y alejadas de la norma. Su catálogo era relativamente pequeño pero cuidado, y trabajaban a la vez en una o dos teleficciones pertenecientes a géneros como la comedia, el drama o la acción. Es difícil imaginar dónde podría encajar en 2023 cualquiera de esos títulos que siguen tan inextricablemente ligados a la marca Netflix, y no por su falta de calidad. Peor aún: es improbable que a ninguna de estas series les dieran ahora las cinco, seis o siete temporadas que emitieron.

Esa misión de dar a los espectadores lo que la televisión tradicional no ofrecía ya no es una prioridad para Netflix. En lugar de eso, ahora lanzan cualquier cosa contra la pared, y a menos que se pegue como con superglue, es fulminada de su catálogo. El estatus cultural que la compañía se granjeó al ser la primera y mejor plataforma de streaming abrió muchas puertas, y gracias a eso pudimos disfrutar muchas series. A medida que surgían rivales como Amazon Prime Video, Apple TV+ o Disney+, la producción aumentaba, y el servicio adoptó la postura de que cuanto más se ofreciera, más posibilidades habría de mantener a la gente enganchada.
El problema con este modelo, sin embargo, es que las nuevas plataformas tienen ahora la ventaja de dirigirse a nichos específicos, como Netflix antaño. Apple TV+ y Disney+ comenzaron sus emisiones en 2019, la primera con una programación original con estrellas prestigio como Jennifer Aniston, Tom Hanks o Will Smith, y la segunda aprovechó la nostalgia colectiva hacia personajes de sagas como Star Wars y Marvel. Con un público objetivo claro, estos operadores pueden apostar poco pero ganar mucho.
Esto no quiere decir que Netflix esté totalmente perdida con su producción original. Miércoles nace del famoso material de Tim Burton, por lo que estaba pensada para generar tráfico, y Stranger Things fue un proyecto original ambicioso que conectó con su público en un momento cultural muy concreto, y desde entonces no ha hecho más que crecer. Pero en la otra cara de la moneda tenemos series como Emily en París o Jugando con fuego, que suscitan tan malas críticas como buenos datos de audiencia, lo que lleva a que sean inevitablemente renovadas. Pero, ¿qué hay entre esos dos extremos, entre lo viral y lo denostado? Al ampliar tanto el tiro, Netflix está ofreciendo a sus usuarios, antes targets de nicho, producciones de todo tipo, lo que es un gran voto de confianza hasta que las cifras demuestren que la audiencia está más segmentada de lo que les gustaría.
No se puede ser populista y especialista al mismo tiempo, y esa es una paradoja contra la que Netflix parece luchar con cada producto que encarga y cancela. No todas las nuevas series pueden ser Miércoles o Stranger Things, pero sí Orange is the New Black si se les da el espacio necesario para enamorar a su audiencia y atraer a nuevos usuarios a la plataforma. Hasta que la compañía decida qué prefiere priorizar, sus series seguirán teniendo la esperanza de vida de un mosquito, y a nosotros solo nos queda rezar para que ninguna de ellas acabe en cliffhanger.
Texto original: British GQ.
Deja una respuesta